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1. Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы). Primera parte. Libro III. Los sensuales. Capítulo IX. Los sensuales
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Часть текста: en que Dmitri se detuvo para orientarse, Grigori dio un rodeo a la mesa, cerró las dos hojas de la puerta que conducía a las habitaciones del fondo y se colocó ante ella con los brazos en cruz, dispuesto a defender la entrada hasta agotar sus fuerzas. Al ver esto, Dmitri lanzó un grito que fue más bien un rugido y se arrojó sobre Grigori. -Eso quiere decir que ella está aquí, que se oculta en esas habitaciones! Aparta, cretino! E intentó apartarlo con sus manos, pero Grigori lo rechazó. Ciego de rabia, Dmitri levantó el puño y golpeó al criado con todas sus fuerzas. El viejo se desplomó como una planta segada. Dmitri saltó por encima de su cuerpo y abrió la puerta. Smerdiakov había permanecido, pálido y tembloroso, al otro lado de la mesa, junto a Fiodor Pavlovitch. -Gruchegnka está aquí! -exclamó Dmitri-. Acabo de verla llegar, pero no he podido alcanzarla. Dónde está, dónde está? El grito de "Gruchegnka está aquí!" produjo en Fiodor Pavlovitch un efecto inexplicable: su terror desapareció súbitamente. -Detenedlo, detenedlo! -gritó, echando a correr en pos de Dmitri. Grigori se había...
2. Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы). Primera parte. Libro III. Los sensuales. Capitulo III. Confesión de un corazón ardiente. En verso
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Часть текста: problema que le atormentaba. Digámoslo en seguida: los gritos de su padre ordenándole que dejara el monasterio llevándose el colchón y las almohadas no le inspiraban inquietud alguna. Comprendía perfectamente que esta orden, proferida a gritos y haciendo grandes ademanes, era hija de un arrebato y que su padre se la habla dado para la galería, por decirlo así. Era el mismo caso de uno de nuestros conciudadanos que, no hacía mucho, al celebrar su cumpleaños y excederse en la bebida, se enfureció porque no querían darle más vodka y, en presencia de sus invitados, empezó a destrozar la vajilla, a rasgar sus ropas y las de su mujer, a romper muebles y cristales. Obró para la galería, y al día siguiente, una vez curado de su embriaguez, se arrepintió amargamente a la vista de las tazas y los platos rotos. Aliocha estaba seguro de que su padre le dejaría regresar al monasterio tal vez aquel mismo día. Es más, tenía el convencimiento de que el buen hombre no le ofendería jamás; de que ni él ni nadie en el mundo no sólo no querrían ofenderle, sino que no podrían. Esto era para él un axioma definitivamente admitido y sobre el cual no cabía la menor duda. Pero en aquellos momentos le mortificaba otro temor de un orden completamente distinto, un temor agravado por el hecho de que se sentía incapaz de definirlo: el temor a una mujer, a aquella Catalina Ivanovna, que en la carta que le había enviado aquella mañana por medio de la señora de Khokhlakov tanto insistía en que fuera a verla. Esta petición y la necesidad de acatarla le producían una impresión...
3. Dostoevsky. Los hermanos Karamazov (Spanish. Братья Карамазовы). Primera parte. Libro II. Una reunión fuera de lugar. Capítulo II. Un viejo payaso
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Часть текста: alumno del seminario, futuro teólogo, al que protegía el monasterio. Era alto, de tez fresca, pómulos salientes y ojillos oscuros y vivos. Su rostro expresaba cortesía, pero no servilísmo. No saludó a los visitantes como un igual, sino como un subalterno, y permaneció de pie durante toda la conferencia. El starets Zósimo se presentó en compañía de un novicio y de Aliocha. Los religiosos se pusieron en pie y le hicieron una profunda reverencia, tocando el suelo con las puntas de los dedos. Después recibieron la bendición del starets y le besaron la mano. El starets les contestó con una reverencia igual -hasta tocar con los dedos el suelo- y les pidió lo bendijesen. Esta ceremonia, revestida de grave solemnidad y desprovista de la superficialidad de la etiqueta mundana, no carecía de emoción. Sin embargo, Miusov, que estaba delante de sus compañeros, la consideró premeditada. Cualesquiera que fuesen sus ideas, la simple educación exigía que se acercara al starets para recibir su bendición, aunque no le besara la mano. El día anterior había decidido hacerlo así, pero ante aquel cambio de reverencias entre los monjes había variado de opinión. Se limitó a hacer una grave y digna inclinación ...
4. Dostoevsky. El adolecente (Spanish. Подросток). Primera parte. Capítulo VIII
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Часть текста: yo; Versilov solía quedarse acostado, durmiendo la mañanita. hasta las nueve y media. A las ocho y media en punto, mi madre me traía el café. Pero aquella vez, sin aguardar al café, me escabullí de la casa exactamente a las ocho. Desde la víspera por la noche tenía hecho un plan de acción para todo aquel día. Notaba ya en aquel plan, a despecho de una voluntad apasionada de ponerlo inmediatamente en ejecución, una multitud de vacilaciones a incertidumbres en los puntos más importantes; por eso me había pasado casi toda la noche en un estado de duermevela, casi de delirio, había tenido muchísimos sueños y, por así decirlo, ni una sola vez había dormido como Dios manda. A pesar de eso, me levanté pimpante y dispuesto como nunca. Sobre todo no quería encontrarme con mi madre. Con ella no podía hablar más que de un solo tema y temía dejarme apartar de mis propósitos por alguna impresión nueva a imprevista. La mañana era fría, y sobre toda la naturaleza flotaba una bruma húmeda y lechosa. No sé por qué, pero las mañanitas atareadas de Petersburgo, a pesar de su feo aspecto, me agradan siempre y toda esa multitud egoísta y perpetuamente preocupada apresurándose a ir a sus asuntos tiene para mí, a las siete de la rnañana, algo muy seductor. Me gusta sobre todo, yendo de camino, a toda prisa, pedir un dato, o mejor...
5. Dostoevsky. Crimen y castigo (Spanish. Преступление и наказание). Primera parte. Capitulo III
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Часть текста: algunos cuadernos y libros tan cubiertos de polvo que bastaba verlos para deducir que no los habían tocado hacía mucho tiempo, y, en fin, un largo y extraño diván que ocupaba casi toda la longitud y la mitad de la anchura de la pieza y que estaba tapizado de una indiana hecha jirones. Éste era el lecho de Raskolnikof, que solía acostarse completamente vestido y sin más mantas que su vieja capa de estudiante. Como almohada utilizaba un pequeño cojín, bajo el cual colocaba, para hacerlo un poco más alto, toda su ropa blanca, tanto la limpia como la sucia. Ante el diván había una mesita. No era difícil imaginar una pobreza mayor y un mayor abandono; pero Raskolnikof, dado su estado de espíritu, se sentía feliz en aquel antro. Se había aislado de todo el mundo y vivía como una tortuga en su concha. La simple presencia de la sirvienta de la casa, que de vez en cuando echaba a su habitación una ojeada, le ponía fuera de sí. Así suele ocurrir a los enfermos mentales dominados por ideas fijas. Hacía quince días que su patrona no le enviaba la comida, y ni siquiera le había pasado por la imaginación ir a pedirle explicaciones, aunque se quedaba sin comer. Nastasia, la cocinera y única sirvienta de la casa, estaba encantada con la actitud del inquilino, cuya habitación había dejado de barrer y limpiar hacía tiempo. Sólo por excepción entraba en la buhardilla a pasar la escoba. Ella fue la que lo despertó aquella mañana. -Vamos! Levántate ya! -le gritó-. Piensas pasarte la vida durmiendo? Son ya las nueve... Te he...